martes, 7 de octubre de 2008

CRÓNICAS MONTAÑERAS

Se hizo lo posible y más pero la naturaleza se opuso

Gustavo Borges

En un estrecho espacio de la improvisada casita rural de las muchas que abundan en nuestros campos, una veintena de niños descalzos jugaban y brincaban alrededor del cuerpo tendido en el suelo de un chamo de tez sombría, con todas sus extremidades sumamente hinchadas y el abdomen abultado hasta la exageración. Su nombre, Carlos Eduardo Figueredo. El muchacho había nacido con varias dolencias cardíacas; algunas ya las había superado, otras eran irreversibles. En general su aspecto delataba su deteriorada salud. Su mirada extenuada y triste era perturbadora.
Nos encontrábamos en la comunidad de Apa, en el sector El Jobito de la Zona Sur de Acevedo, estado Miranda, caserío de unas 22 familias campesinas que sobreviven al margen de los ríos Cuira, Apa y El Jobito, donde la pobreza, en algunos casos, escapa a nuestra imaginación.
Habíamos llegado montaña adentro, dejando atrás las poblaciones de Panaquire y Caucagua con su calor agobiante de sabor a mar y costas. El destino era la población de El Jobito y hacer la captación junto con galenos cubanos de los casos de problemas visuales, oftalmología, ginecología y medicina general que requirieran atención.
De inmediato, a nuestra llegada, la comunidad llamó nuestra atención a un caso en particular en Apa, a diez minutos río abajo, adonde nos dirigimos recorriendo trayectos bastante accidentados y estrechos en uno de los rústicos de la Cooperativa Cafecao, y así lograr alcanzar la humilde vivienda en lo alto de la empinada loma frente al río, donde el drama familiar descrito arriba se desarrollaba desde hacía ya un tiempo.
Después del examen médico se empezaron a tomar decisiones para el traslado del niño a una institución donde se le atendiera. Lo primero en lograrse fue el permiso de los padres para llevárnoslo. Nada fácil de por sí. Las opciones eran Altagracia de Orituco, a 30 kilómetros fuera del Parque Nacional Guatopo, o por las trochas de la montaña vía Caucagua. Por las condiciones del niño, llevarlo en los rústicos no nos pareció una buena idea y empezamos las gestiones para su traslado en ambulancia y decidir a qué institución de salud llevarlo. Mientras uno de los camaradas del equipo Cafecao se trasladaba a Caracas para buscar dónde hospitalizarlo, dos más gestionaban la ambulancia en el estado Guárico. Todos sentíamos lo apremiante de la situación.
Llevábamos dos días en este agitado trance cuando nos llego la triste noticia. El niño había muerto mientras nos movilizábamos. Sentimos todo el peso de la culpa que nos confunde con preguntas como que otra cosa más habríamos podido hacer.
La salud no es un juego y menos cuando se trata de nuestros chamos. En Venezuela se han alcanzado altos niveles de atención primaria gracias a la creación de misiones como barrio adentro, el trabajo de otras instituciones y de hombres y mujeres prácticamente anónimos, que han logrado atender a millones de compatriota a lo largo y ancho del territorio nacional salvando vidas. Aun así, en las zonas rurales de nuestro país se presentan situaciones críticas y dramáticas como las relatadas, que escapan al titánico esfuerzo que se hace en conjunto para llevar soluciones y al final, la decidía, la enfermedad y la muerte como fin último nos gana la batalla.
Cada fallecimiento de estos, en estas circunstancias, es una derrota para el proceso de cambios sociales que queremos impulsar. No puede seguir sucediendo. Así debemos entenderlo todos: comunidad, instituciones y Gobierno revolucionario.
Es contradictorio que nuestras capitales y demás zonas urbanas estén extensamente atendidas en todo lo que concierne a salud y otros servicios primarios, y que en los campos aún se tenga que vivir en una constante zozobra y lucha contra el tiempo, la pobreza, las enfermedades y la muerte, para que al final esta nos arrebate a nuestros hijos. La gobernación del estado Miranda y la alcaldía del municipio Acevedo han hecho esfuerzos por apoyar a estas comunidades, pero falta mucho aun por hacer. Lo alarmante, para finalizar, es que en la Zona Sur de Acevedo la población infantil es de unos tres mil niños de entre catorce y seis meses de nacidos. ¿No se merecen ellos una oportunidad?

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