martes, 7 de octubre de 2008

“Si una foto no es lo bastante buena es que no está lo bastante cerca del objetivo”

Arriesgaron su carrera, su integridad física y su vida buscando gráficas noticiosas, y sólo eso. Consiguieron mucho más: las fotografías que desenmascararon la mentira más monstruosa que haya fabricado el periodismo venezolano en toda su historia

JRD

A los reporteros gráficos de Venpres (hoy Agencia Bolivariana de Noticias) les debemos los ciudadanos de Venezuela y el mundo varias de las evidencias que desenmascararon el plan macabro que la derecha cocinó y llevó a cabo el 11 de abril de 2002. Ellos son los autores de todas las fotografías del 11 de abril de 2002 publicadas en esta edición especial de Pueblo en Revolución. Pertenecen al archivo de la Agencia Bolivariana de Noticias, pero ya son del dominio público y patrimonio del pueblo venezolano. La frase que da título a este corto relato pertenece al padre del fotoperiodismo, el francés Henri Cartier-Bresson; los fotógrafos de Venpres no estaban cerca del objetivo, sino más bien dentro.
De no haber sido por su arrojo todavía hoy los venezolanos en pleno nos hubiésemos creído las mentiras más repugnantes fabricadas entonces por los medios, e ignoraríamos lo que éstos quisieron silenciar.
Por ejemplo, todavía hoy creyésemos que los compatriotas que disparaban desde el puente Llaguno lo hacían “contra una marcha indefensa”. Hoy está demostrado que aquellos venezolanos armados estaban repeliendo la acción criminal de un pelotón de fusilamiento de la Policía Metropolitana al mando de Henry Vivas, por órdenes directas de Alfredo Peña. El trabajo de estos fotógrafos permitió revelar, entre muchas otras depravaciones, que los PM se habían soltado a disparar con armamento de guerra contra los defensores de la democracia y la institucionalidad, ubicados en Puente Llaguno y zonas aledañas a Miraflores. Por mucho que antes y después hayan querido convertirlos en héroes, ahí están esas gráficas del tamaño de la verdad para poner las cosas en su sitio.

Bajo su propio riesgo

Pese a que en la Agencia sus jefes les sugirieron no salir a la calle ese día porque el mismo se anunciaba revuelto, ellos salieron desde la mañana a Chuao, punto de encuentro de los manifestantes que salieron de la avenida Francisco de Miranda. El jefe de información les advirtió que si salían a la calle lo hacían bajo su propio riesgo. Bajo su propio riesgo lo hicieron. A Enrique Hernández ese riesgo le significó una herida en la cabeza y una bala fría en el abdomen.
Tomaron los fotógrafos la precaución de ir en un auto sin identificación, pues ya la enfermedad colectiva del antichavismo se la tenía jurada a todo cuanto se identificara como chavismo o entidad oficial.
En ese lugar (la llamada “plaza de la meritocracia”, en realidad sinónimo de apartheid) presenciaron todo cuando se dijo y se hizo en la famosa tarima donde desfilaron Carlos Ortega, Guaicaipuro Lameda, Molina Tamayo y demás monigotes activistas del golpe. Cuando se produjeron los llamados a marchar hacia Miraflores, decidieron acompañar la marcha. La noticia del día estaba allí, en ese acto irresponsable y delincuencial de unos pocos, y en la docilidad ciega de unos miles de desesperados por sobredosis de Globovisión, RCTV y Venevisión que fueron a hacerle el favor a un puñado de perversos. Wendys y Enrique recuerdan las expresiones que se escuchaban en esa marcha dantesca, que Marta Colomina catalogó como “hermosa”: “Ese maldito mono tiene que salir hoy de Miraflores”. Esa es la noción de hermosura que manejan algunos enfermos.
Enrique Hernández y Maikel Torcatt acompañaron a los manifestantes hasta Chacao. Allí tomaron el metro hasta Bellas Artes, desde donde subieron a la Agencia a bajar las primeras fotos. Wendys Olivo los siguió un trecho más. Luego se topó con Molina Tamayo, a quien abordó haciéndose pasar por una inocente y despistada reportera de Espectáculos. El contraalmirante le pidió a un motorizado, evidentemente de un cuerpo policial (por la vestimenta, la moto y el arma) que la trasladara a El Silencio, pero al pasar por la avenida Bolívar Wendys le pidió que pararan porque quería hacerle unas fotografías a Guaicaipuro Lameda, y aprovechó para subir a la Agencia para lo mismo que sus compañeros: dejar fotos, repotenciarse y salir de nuevo. A ellos se unió otro fotógrafo, Ángel Corao.

Tortoza, heridos y armas de guerra

Echando mano de los pocos recursos que tenían llegaron a El Silencio, justo para ver y padecer desde el principio las acciones simultáneas de ataque y represión por parte de la vanguardia de la marcha. Enrique hizo varias fotos en las inmediaciones del Fermín Toro, donde pululaban ya varios motorizados antichavistas armados. Cuatro años después, después de observar con detenimiento esas fotos, Enrique descubrió que había fotografiado a Leopoldo López en medio de ese grupo de patoteros.
Pocos minutos después una pedrada voló por los aires y le aterrizó en la cabeza. Tuvo que ser atendido en una de las carpas ubicadas en el Palacio Blanco; luego lo trasladaron al hospital Vargas, donde le suturaron la herida. Allí vio y registró con su cámara la agonía de su colega Jorge Tortoza. “El pana estaba vivo. Lo tenían abandonado en una camilla y estaba respirando. Los periodistas que estábamos allí hicimos presión para que lo operaran, sólo por eso lo metieron al quirófano. Pero no se pudo hacer nada, el disparo que tenía era mortal”. Enrique salió del hospital nuevamente a la acción del centro de Caracas.
Mientras tanto, Wendys había esquivado a los muchos agentes de la PM que se dedicaban a “limpiar” la zona de periodistas: los sacaban de la Baralt y los confinaban en la plaza O’Leary para armar un cerco impenetrable en el teatro de operaciones. Pero ella se escurrió avenida arriba, se fijó en un grupo de policías que disparaban ordenadamente hacia un mismo sitio; a poca distancia estaba la Ballena. Vio que tenían armas fuera de lo común. Se les ubicó a escasos metros, semiescondida tras unas cajas y unos montones de basura, y desde allí los fusiló, pero a fotografías. A Wendys pertenecen las gráficas inmortales de los PM disparando con las manos protegidas con guantes de látex sus subametralladoras y otros artefactos de guerra. “Quise hacer otras gráficas que captaran el contexto (es decir, no sólo a los policías sino contra qué disparaban)”, explica Wendys, “y así hice unas fotos con la cámara armada con un Gran Angular, escondida en el morral pero con el lente asomado, donde se ve a los policías y el puente Llaguno lleno de gente al fondo”.
Cuando Enrique Hernández llegó nuevamente a la Baralt, de regreso del Vargas, lo devolvieron al hospital con un disparo en el abdomen. “Fue una bala fría, un proyectil que tropezó con algo y llegó sin fuerza a mi cuerpo. La bala penetró apenas un centímetro”. Nuevamente de regreso, recibió una llamada de su casa: le informaron que su hermano Luis había recibido un disparo. Énrique dijo que no, que había sido él mismo. Pero su familia tenía razón: su hermano Luis también había sido herido, más o menos al mismo tiempo que Tortoza. La bala penetró por la espalda, pasó a un centímetro de la columna y se alojó en el abdomen sin mayores consecuencias.

A grandes rasgos, de ese color fue su epopeya. Llamados a testificar en el juicio contra los policías y sus titiriteros, fueron asediados para tratar de convertirlos de testigos en victimarios. Hoy todavía ejercen el reporterismo gráfico. Tienen bien aprendida la lección de Cartier-Bresson, y otra más de personajes menos renombrados: cuando estallan las guerras la primera víctima es la verdad. Así que es preciso salir a buscarla para procurar su salvación.

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