martes, 7 de octubre de 2008

Jhonny Moreno Resistiendo sobre ruedas

Siempre pasan cosas que le cambian a uno la vida, y a mí me ocurrió el 24 de diciembre de 1981. El 23 había estado en una fiesta en Caracas, y al otro día me fui de viaje para mi pueblo en el estado Yaracuy. Después de pasar El Palito, cerca de Morón, el chofer del carro en que iba se quedó dormido, se salió de la vía por un puente y nos estrellamos. No hubo víctimas pero sí lesionados leves. Mi lesión tampoco era grave, pero los pasajeros al ver que no me podía mover me sacaron del carro como pudieron, me halaron y me acostaron afuera. Al principio ningún carro se quería parar y yo necesitaba ayuda. Me montaron entonces en un camión que traía unos cochinos, y así me llevaron al hospital.
Después de hacerme las radiografías me dijeron que tenía una lesión en la columna vertebral. Una lesión que al principio no había sido grave, pero cuando la gente me haló para sacarme del carro, que es lo que los bomberos y paramédicos recomiendan no hacer, la fricción que tenía entre las vértebras cortaron la médula y ya no pude caminar más. Tuve que acostumbrarme desde entonces a andar en silla de ruedas.
Yo tenía 23 años, pero desde muchacho me había formado y había adquirido una conciencia política que me ayudó bastante en mi recuperación. A nosotros siempre se nos insistía en que sea cual fuere la adversidad el ser humano tiene que alzar sus banderas y seguir luchando. Tuve que dejar de estudiar, pero le puse empeño a la vida desde el proceso de rehabilitación. Las sesiones comenzaban a las seis de la mañana, y a veces eran las dos de la tarde y yo estaba ahí todavía. Los médicos me decían en broma: “Deja la fiebre, muchacho”.
Me dediqué a hacer unos cursos y a practicar atletismo. No había pasado un año desde el accidente cuando me seleccionaron para representar a Venezuela en los Juegos Panamericanos Especiales en Canadá; me traje medallas en los estilos: libre, mariposa y espalda. Después de eso me dediqué a practicar otras disciplinas atléticas y basquetbol. He participado cuatro veces en el maratón de Nueva York; la primera vez que asistí llegué en el puesto 12. La última vez que acudí fue en el año 2001, justo después del atentado contra las Torres Gemelas.
Aparte de eso he sido fundador de la Asociación de Deportistas sobre Sillas de Ruedas, facilitador de la Misión Robinson, educador de calle en el programa Niños de la Patria y ahora trabajo en un ambiente de la Misión Cultura.
El día 23 de enero del año 2002 sufrí otro accidente. Yo venía en una camioneta desde los Valles del Tuy, choqué con otro carro y me fracturé la pierna izquierda; tuvieron que ponerme un yeso que me obligaba a mantener la pierna recta. El golpe de Estado de abril me agarró andando en silla de ruedas, como siempre, y además sentado en una muleta que me sostenía la pierda por debajo y me la mantenía derecha.
No pude estar todo el tiempo en la calle porque mi suegra estaba recluida en el hospital Clínico Universitario. En ese hospital fui testigo de una situación bastante inhumana. La mayoría de los médicos eran antichavistas y celebraban y aplaudían cada vez que había noticias de los movimientos de la oposición, se veían contentos porque sabían que algo iba a pasar, que algo venía. Pero lo verdaderamente grave era que cuando se enteraban de que había allí un paciente que estaba con el proceso, le retardaban la operación, no lo atendían rápido, lo ponían a pasar trabajo. Yo vi ese tipo de cosas en el Clínico.
El 11 de abril, temprano, me fui para el centro porque ya la cosa estaba poniéndose muy tensa. Yo me iba enterando del desarrollo de la actividad de los antichavistas allá en el este, por radio y televisión, y también por teléfono conversando con amigos. Me fui en el metro, estuve frente a Miraflores y en el puente Llaguno, y antes de mediodía decidí irme para el Clínico porque mi mujer y su mamá estaban solas y muy nerviosas. Tomé otra vez el metro hasta la Ciudad Universitaria y me instalé con ellas a ver todo aquel conflicto en un televisor pequeño.
Los sucesos del 11 de abril, el golpe de Estado, los vi y los sufrí allí, en un cuarto de hospital. A las 11 de la noche, cuando se comenzó a decir que habían tumbado a Chávez, no aguanté más y me fui para El Valle, rodando en la silla de ruedas porque no había metro ni camionetas de pasajeros. No tuve chance ni de sentir el cansancio, porque no podía sacarme de la cabeza esa idea tan jodedora: tumbaron a Chávez, cómo puede ser posible. Creo que hasta lloré de la angustia y de la rabia.
Al otro día me fui hacia el Fuerte Tiuna. Algunos compatriotas que no me conocían me dijeron “Mire maestro, usted mejor se queda, eso va se va a poner feo por allá”. Les dije “No, yo no me quedo aquí, yo me voy con ustedes”. Nos lanzamos por toda la autopista, y cuando vamos llegando al Fuerte empezaron a caernos a plomo. No vimos de dónde venían los disparos, pero escuchamos las detonaciones y la gente se replegó. Un motorizado que pasó cerca me dijo que me agarrara de la parrilla y me remolcó de regreso a El Valle.
Me fui a la casa en la tarde para comer algo, y estaba en eso cuando se me aparece ahí un camarada del estado Yaracuy. Me volví a ir con él al Fuerte Tiuna remolcado otra vez por un motorizado a quien le pedí la cola. Estando allá me subieron hasta la entrada principal del Fuerte y ahí había otro gentío más. Eran como las seis de la tarde. Yo vi cuando salió el general García Carneiro y a todos nos volvió el alma al cuerpo, porque ya teníamos más o menos idea de cuál era la situación. Otro motorizado amigo me trajo hasta la casa (en esos dos días aprendí a andar de parrillero con la silla de ruedas), ya con noticias positivas. Era casi un hecho que a Chávez lo iban a rescatar pronto.
El 13 salí otra vez por allí mismo, por la zona. Me enteré de que había un montón de gente en el centro y en Miraflores, pero ese día tomé le decisión de quedarme en El Valle, donde de todas formas había una masa de gente impresionante.
El resto de la jornada, ya en la noche, el regreso de Chávez y el discurso en la madrugada, los vi por televisión.
Yo me siento satisfecho con lo que hice, que además era el único aporte que podía hacer dada mi discapacidad, la lesión y el yeso que tenía. Hacer presencia en la calle y estar junto al pueblo, eso era lo que debía hacer y fue lo que hice. Si me hubiera tocado agarrar un fusil para defender esto lo hubiera hecho.

No hay comentarios: